DE NUESTROS ARCHIVOS - AÑO 2006
A CINCO AÑOS DEL COMIENZO DE LA GUERRA DE AFGANISTÁN
“ESTA VEZ EL DR. BRYDON NO VOLVERÁ A LA INDIA” (Al Zawahiri)
El 11 de septiembre de 2001 dos hechos de significativa importancia se constituyeron en determinantes de los acontecimientos mundiales sucesivos. El primero de ellos, el más conocido con el nombre de los megaatentados de las Torres Gemelas y el Pentágono, representó el final del mito de la invulnerabilidad del gobierno y régimen norteamericano al mostrarse que con medios para nada excesivos era posible atacarlo en su propio territorio y propinarle daños severísimos en su sistema de seguridad interna. Pero el segundo acontecimiento menos notorio ocurrió en Afganistán en la región montañosa del norte del país cuando el líder de la Alianza del Norte, el general Massud, era asesinado en un atentado dirigido por Al Qaeda en inteligencia con el régimen Talibán que gobernaba en la casi totalidad del país, menos en dicha región en donde en cambio regía el viejo liderazgo de dicho general.
Este acontecimiento decisivo representaba un acto de aceleración en la revolución afgana que se había iniciado en la década del ochenta del pasado siglo en una lucha de nueve años en contra de la ocupación soviética. Durante la misma se fueron perfilando dos tendencias antagónicas. La de aquellos que en su enfrentamiento con la ya fenecida URSS pretendían tan sólo cambiar de collar y mantener el mismo espíritu moderno y materialista que compartían sea el imperialismo ocupante como el que competía con el mismo, los EE.UU. o por el contrario una revolución cabal que contrastara contra el mismo principio que a los dos los alimentaba, el secularismo moderno compartido por las dos ideologías gemelas de origen ruso y yanqui. En el primer sector gatopardista, vinculado estrechamente por el norte geográfico a las antiguas ex repúblicas soviéticas linderas, se encontraba justamente el general Massud. En el lado antagónico, el movimiento islámico fundamentalista, que se había gestado en una dura lucha en contra la invasión moderna a su país, y cuyo representantes se encontraban en el movimiento talibán capitaneado por el Mullah Omad y a nivel internacional por la organización Al Qaeda que había sentado sus bases en tal país y en el vecino Pakistán.
Luego de tales terribles acontecimientos acontecidos en la civilización moderna occidental y principalmente en su capital, la ciudad de Nueva York, tras la sorpresa inicial sobrevino el momento de la represalia. Aquí es interesante destacar una analogía histórica que se ha efectuado entre estos hechos y lo que fuera en 1942 el ataque a la base hawaiana de Pearl Harbour, el que muchos años más tarde achacaron a los mismos Estados Unidos en razón de hallar un justificativo para entrar en la 2ª guerra mundial. Los grandes enamorados explícitos y secretos de la omnipotencia norteamericana a las que algunos admiran con sinceridad por sus “logros” tecnológicos y otros por envidia por el poderío que no han podido alcanzar, no se cansaron de hacer comparaciones entre ambos acontecimientos. En los dos casos se habría tratado de un justificativo para que Norteamérica pudiera entrar a una guerra e invadir países extraños, por supuesto y también en ello determinados por la misma mentalidad que prima en tal metrópolis, influidos exclusivamente por razones económicas. En este caso se habría tratado del petróleo del Oriente Medio lo que habría justificado hacerse estallar las Torres. Sin embargo, a pesar de todas las analogías que se han hecho entre Japón de 1942 y Afganistán de 2001, saltan a primera vista ciertas diferencias esenciales, las que por supuestos no son tenidas en cuenta por los funcionales montajistas. En el caso de Pearl Harbour, la reacción norteamericana no fue la de pedir explicaciones al gobierno agresor, sino declararle abierta e inmediatamente la guerra. En cambio con Afganistán, y ahora se sabe que también con Pakistán, la actitud fue sustancialmente diferente. Se le exigió la entrega de Bin Laden y el desmantelamiento de la red Al Qaeda en el propio territorio, pues en caso contrario serían invadidos. El presidente pakistaní Musharraf nos acaba de aclarar puntualmente que fue amenazado con el “regreso a la Edad de la Piedra” si no cumplía con tal requerimiento. A lo cual tal régimen títere, poseedor de la bomba atómica, accedió a tal pedido e inició en su territorio una persecución de compatriotas simpatizantes de tal organización a los cuales una vez detenidos entregó al régimen norteamericano para poblar las cárceles de la CIA en Guantánamo y en el resto del mundo. Varios atentados fallidos en contra de la vida de tal gobernante se hicieron desde entonces hasta hace poco más de un mes con resultados hasta ahora negativos. Por eso Pakistán no fue invadido. En cambio en Afganistán, el régimen talibán, sustentado en principios muy diferentes de los “occidentales”, es decir no pragmático ni maquiavélico, rechazó tal pedido y, luego de un mes de sucesivas reiteraciones por parte de EE.UU., fue finalmente invadido, con los resultados que hoy conocemos. Tal hecho desarticula totalmente la hipótesis montajista, a nuestro entender alentada por los mismos norteamericanos para exaltarse en su omnipotencia. ¿Qué hubiera pasado si el Mullah Omar lo entregaba a Bin Laden y actuaba como su vecino de Pakistán? No hubiera habido invasión. Esta circunstancia no se dio en el caso de Japón en 1942.
Hoy luego de cinco años de la invasión a Afganistán que, a diferencia de la acontecida posteriormente con Irak, contó con el apoyo explícito de la ONU, la OTAN, Rusia, China y el Papa, es decir del régimen que nos oprime en su totalidad y sin matices, la situación dista enormemente de ser halagüeña para tales poderes. Luego de un resultado inicial aparentemente exitoso que diera por el suelo en pocos días con el régimen talibán, lentamente se fue gestando una contraofensiva que de a poco le fue permitiendo al mismo ir recuperando paulatinamente todo el territorio perdido por lo cual los mismos invasores en la práctica han terminado reconociendo (y al respecto invitamos a los lectores a suscribirse a los foros de la Agencia Kaliyuga que es la única que verdaderamente informa) que su poder se reduce a la ciudad de Kabul en donde el presidente Karzai es apenas un intendente de la misma, cada vez con el poder más acotado e incapaz de evitar la incesante sucesión de atentados que se producen en lugares claves, como el de hace dos semanas a una cuadra de la misma embajada norteamericana. A su vez las fuerzas invasoras, siempre según sus propias confesiones, sólo están seguras adentro de sus bases, no pudiendo circular libremente por el territorio de tal país. Ante tales situaciones catastróficas producidas por una invasión totalmente ineficiente que no ha sido capaz de obtener sus objetivos principales tales como detener a los líderes del movimiento talibán y de Al Qaeda y ante las incesantes demostraciones de hostilidad hacia el invasor demostrada por parte de la población civil especialmente en las provincias del sur y del Este en donde el talibán se ha hecho fuerte, las fuerzas aliadas han solicitado no ser enviadas al frente de batalla. El caso más patético ha sido el de Italia, país cuyo parlamento ha prohibido expresamente a sus militares en participar en misiones guerra, lo cual es una verdadera incongruencia pues su mera presencia representa una situación de guerra. Hace pocos días se supo por la prensa de un atentado en el que murieron dos soldados italianos “pacificadores”. El periodismo relataba espantado cómo la población festejaba el hecho y se regocijaba viendo agonizar a los heridos. No muy diferente es la situación relativa a los otros contingentes extranjeros. A EE.UU. y a Inglaterra les cuesta cada vez más conseguir que los demás aliados europeos envíen refuerzos pues cada vez cunde más la idea consumista de que es “mejor fundamentalista antes que muerto”, por lo que no saben cómo poder completar un contingente mínimo para por lo menos mantener el statu quo. Los mismos británicos según sus corresponsales de guerra están aterrados por el invierno que se avecina e intentan vanamente convencer con dinero a las tribus afganas aun no asociadas al talibán de hacerle frente. Pero hasta ahora todas las respuestas han sido negativas.
Muchos se preguntan hoy en día de dónde saca el dinero el movimiento talibán para poder llevar adelante las campañas heroicas que está efectuando. Los suspicaces montajistas insisten en decirnos en que son financiados por el Occidente, lo cual pareciera a esta altura del partido un verdadero delirio. Sin embargo digamos que en esto sin darse cuenta tienen razón. Gracias a que dicha civilización decadente consume droga, más específicamente opio, es que se puede de esta manera financiar la campaña talibán. Es muy estrecho el vínculo entre tal movimiento y el tráfico del opio. Y al respecto hubo un periodista occidental que pudo dialogar con un jefe talibán haciéndole notar tal aparente incongruencia. “¿Cómo puede ser que un movimiento tan religioso y fundamentalista esté conectado con el narcotráfico?” A lo cual la respuesta fue muy clara. “Nosotros no consumimos droga. Son los soldados norteamericanos e ingleses los que lo hacen. Y eso nos viene muy bien por dos razones. Financian nuestras campañas y son más fáciles de derrotar”. Se repite así la profecía de Lenín. “Cuando las cosas nos vayan mal entonces fabricaremos una gran soga para ahorcar a la burguesía. ¿Y quién nos la facilitará, si nuestras fábricas están paradas? La misma burguesía hará una licitación para vendérnosla”.
Es indudable que la desesperación producida entre las filas norteamericanas y aliadas por la gran debacle de Afganistán que a su vez se asocia a la que se está produciendo en Irak en donde el desgobierno es absoluto, las tropas norteamericanas pierden un promedio de cuatro soldados por día y la población ha pasado de una tasa de mortalidad del 5 al 13 por mil anual desde que ha sido “democratizada”, se ha contagiado a las elites dirigentes locales puestas o sostenidas por los norteamericanos.
Ha resultado patética la pelea habida frente al presidente Bush entre los dos jefes de Estado pakistaní y afgano que tuvieron que dar explicaciones de por qué no lo pueden atrapar ni a Bin Laden ni al Mullah. A lo cual Karzai se sacó el fardo de encima diciendo que Musharraf, al haber reconocido la autonomía de la rebelde provincia de Waziristán en la frontera con su propio país, desde allí permite el avance de Al Qaeda y talibán en su territorio. A lo que aquél asustado ante la eventualidad de una invasión a su país contestó rotundamente que está escondido en Afganistán y que no lo atrapan por la inexistencia fáctica de tal gobierno. Cuentan los presentes que Bush quedó perplejo sin saber a quién creerle.
Cerramos la nota con el título que la precede. Ante la debacle “occidental” en Afganistán luego de cinco años de heroica resistencia, a pesar de todos los silenciamientos que a la misma la prensa le dedica vale el recordatorio hecho por el n.º 2 de Al Qaeda en una reciente aparición. “Esta vez el Dr. Brydon no volverá a la India”. Se refería a un acontecimiento histórico del siglo XIX. En plena expansión del imperio británico, tal país invadió Afganistán desde la India para unirla a sus territorios del Medio Oriente. Una expedición de 17.000 soldados fue exterminada en un desfiladero y un solo sobreviviente, el aludido Dr. Brydon pudo escapar volviendo con medios precarios a la India para poder contar lo que vivió. Al parecer esta vez va a ser mucho peor.
Buenos Aires, 12-10-06
“ESTA VEZ EL DR. BRYDON NO VOLVERÁ A LA INDIA” (Al Zawahiri)
El 11 de septiembre de 2001 dos hechos de significativa importancia se constituyeron en determinantes de los acontecimientos mundiales sucesivos. El primero de ellos, el más conocido con el nombre de los megaatentados de las Torres Gemelas y el Pentágono, representó el final del mito de la invulnerabilidad del gobierno y régimen norteamericano al mostrarse que con medios para nada excesivos era posible atacarlo en su propio territorio y propinarle daños severísimos en su sistema de seguridad interna. Pero el segundo acontecimiento menos notorio ocurrió en Afganistán en la región montañosa del norte del país cuando el líder de la Alianza del Norte, el general Massud, era asesinado en un atentado dirigido por Al Qaeda en inteligencia con el régimen Talibán que gobernaba en la casi totalidad del país, menos en dicha región en donde en cambio regía el viejo liderazgo de dicho general.
Este acontecimiento decisivo representaba un acto de aceleración en la revolución afgana que se había iniciado en la década del ochenta del pasado siglo en una lucha de nueve años en contra de la ocupación soviética. Durante la misma se fueron perfilando dos tendencias antagónicas. La de aquellos que en su enfrentamiento con la ya fenecida URSS pretendían tan sólo cambiar de collar y mantener el mismo espíritu moderno y materialista que compartían sea el imperialismo ocupante como el que competía con el mismo, los EE.UU. o por el contrario una revolución cabal que contrastara contra el mismo principio que a los dos los alimentaba, el secularismo moderno compartido por las dos ideologías gemelas de origen ruso y yanqui. En el primer sector gatopardista, vinculado estrechamente por el norte geográfico a las antiguas ex repúblicas soviéticas linderas, se encontraba justamente el general Massud. En el lado antagónico, el movimiento islámico fundamentalista, que se había gestado en una dura lucha en contra la invasión moderna a su país, y cuyo representantes se encontraban en el movimiento talibán capitaneado por el Mullah Omad y a nivel internacional por la organización Al Qaeda que había sentado sus bases en tal país y en el vecino Pakistán.
Luego de tales terribles acontecimientos acontecidos en la civilización moderna occidental y principalmente en su capital, la ciudad de Nueva York, tras la sorpresa inicial sobrevino el momento de la represalia. Aquí es interesante destacar una analogía histórica que se ha efectuado entre estos hechos y lo que fuera en 1942 el ataque a la base hawaiana de Pearl Harbour, el que muchos años más tarde achacaron a los mismos Estados Unidos en razón de hallar un justificativo para entrar en la 2ª guerra mundial. Los grandes enamorados explícitos y secretos de la omnipotencia norteamericana a las que algunos admiran con sinceridad por sus “logros” tecnológicos y otros por envidia por el poderío que no han podido alcanzar, no se cansaron de hacer comparaciones entre ambos acontecimientos. En los dos casos se habría tratado de un justificativo para que Norteamérica pudiera entrar a una guerra e invadir países extraños, por supuesto y también en ello determinados por la misma mentalidad que prima en tal metrópolis, influidos exclusivamente por razones económicas. En este caso se habría tratado del petróleo del Oriente Medio lo que habría justificado hacerse estallar las Torres. Sin embargo, a pesar de todas las analogías que se han hecho entre Japón de 1942 y Afganistán de 2001, saltan a primera vista ciertas diferencias esenciales, las que por supuestos no son tenidas en cuenta por los funcionales montajistas. En el caso de Pearl Harbour, la reacción norteamericana no fue la de pedir explicaciones al gobierno agresor, sino declararle abierta e inmediatamente la guerra. En cambio con Afganistán, y ahora se sabe que también con Pakistán, la actitud fue sustancialmente diferente. Se le exigió la entrega de Bin Laden y el desmantelamiento de la red Al Qaeda en el propio territorio, pues en caso contrario serían invadidos. El presidente pakistaní Musharraf nos acaba de aclarar puntualmente que fue amenazado con el “regreso a la Edad de la Piedra” si no cumplía con tal requerimiento. A lo cual tal régimen títere, poseedor de la bomba atómica, accedió a tal pedido e inició en su territorio una persecución de compatriotas simpatizantes de tal organización a los cuales una vez detenidos entregó al régimen norteamericano para poblar las cárceles de la CIA en Guantánamo y en el resto del mundo. Varios atentados fallidos en contra de la vida de tal gobernante se hicieron desde entonces hasta hace poco más de un mes con resultados hasta ahora negativos. Por eso Pakistán no fue invadido. En cambio en Afganistán, el régimen talibán, sustentado en principios muy diferentes de los “occidentales”, es decir no pragmático ni maquiavélico, rechazó tal pedido y, luego de un mes de sucesivas reiteraciones por parte de EE.UU., fue finalmente invadido, con los resultados que hoy conocemos. Tal hecho desarticula totalmente la hipótesis montajista, a nuestro entender alentada por los mismos norteamericanos para exaltarse en su omnipotencia. ¿Qué hubiera pasado si el Mullah Omar lo entregaba a Bin Laden y actuaba como su vecino de Pakistán? No hubiera habido invasión. Esta circunstancia no se dio en el caso de Japón en 1942.
Hoy luego de cinco años de la invasión a Afganistán que, a diferencia de la acontecida posteriormente con Irak, contó con el apoyo explícito de la ONU, la OTAN, Rusia, China y el Papa, es decir del régimen que nos oprime en su totalidad y sin matices, la situación dista enormemente de ser halagüeña para tales poderes. Luego de un resultado inicial aparentemente exitoso que diera por el suelo en pocos días con el régimen talibán, lentamente se fue gestando una contraofensiva que de a poco le fue permitiendo al mismo ir recuperando paulatinamente todo el territorio perdido por lo cual los mismos invasores en la práctica han terminado reconociendo (y al respecto invitamos a los lectores a suscribirse a los foros de la Agencia Kaliyuga que es la única que verdaderamente informa) que su poder se reduce a la ciudad de Kabul en donde el presidente Karzai es apenas un intendente de la misma, cada vez con el poder más acotado e incapaz de evitar la incesante sucesión de atentados que se producen en lugares claves, como el de hace dos semanas a una cuadra de la misma embajada norteamericana. A su vez las fuerzas invasoras, siempre según sus propias confesiones, sólo están seguras adentro de sus bases, no pudiendo circular libremente por el territorio de tal país. Ante tales situaciones catastróficas producidas por una invasión totalmente ineficiente que no ha sido capaz de obtener sus objetivos principales tales como detener a los líderes del movimiento talibán y de Al Qaeda y ante las incesantes demostraciones de hostilidad hacia el invasor demostrada por parte de la población civil especialmente en las provincias del sur y del Este en donde el talibán se ha hecho fuerte, las fuerzas aliadas han solicitado no ser enviadas al frente de batalla. El caso más patético ha sido el de Italia, país cuyo parlamento ha prohibido expresamente a sus militares en participar en misiones guerra, lo cual es una verdadera incongruencia pues su mera presencia representa una situación de guerra. Hace pocos días se supo por la prensa de un atentado en el que murieron dos soldados italianos “pacificadores”. El periodismo relataba espantado cómo la población festejaba el hecho y se regocijaba viendo agonizar a los heridos. No muy diferente es la situación relativa a los otros contingentes extranjeros. A EE.UU. y a Inglaterra les cuesta cada vez más conseguir que los demás aliados europeos envíen refuerzos pues cada vez cunde más la idea consumista de que es “mejor fundamentalista antes que muerto”, por lo que no saben cómo poder completar un contingente mínimo para por lo menos mantener el statu quo. Los mismos británicos según sus corresponsales de guerra están aterrados por el invierno que se avecina e intentan vanamente convencer con dinero a las tribus afganas aun no asociadas al talibán de hacerle frente. Pero hasta ahora todas las respuestas han sido negativas.
Muchos se preguntan hoy en día de dónde saca el dinero el movimiento talibán para poder llevar adelante las campañas heroicas que está efectuando. Los suspicaces montajistas insisten en decirnos en que son financiados por el Occidente, lo cual pareciera a esta altura del partido un verdadero delirio. Sin embargo digamos que en esto sin darse cuenta tienen razón. Gracias a que dicha civilización decadente consume droga, más específicamente opio, es que se puede de esta manera financiar la campaña talibán. Es muy estrecho el vínculo entre tal movimiento y el tráfico del opio. Y al respecto hubo un periodista occidental que pudo dialogar con un jefe talibán haciéndole notar tal aparente incongruencia. “¿Cómo puede ser que un movimiento tan religioso y fundamentalista esté conectado con el narcotráfico?” A lo cual la respuesta fue muy clara. “Nosotros no consumimos droga. Son los soldados norteamericanos e ingleses los que lo hacen. Y eso nos viene muy bien por dos razones. Financian nuestras campañas y son más fáciles de derrotar”. Se repite así la profecía de Lenín. “Cuando las cosas nos vayan mal entonces fabricaremos una gran soga para ahorcar a la burguesía. ¿Y quién nos la facilitará, si nuestras fábricas están paradas? La misma burguesía hará una licitación para vendérnosla”.
Es indudable que la desesperación producida entre las filas norteamericanas y aliadas por la gran debacle de Afganistán que a su vez se asocia a la que se está produciendo en Irak en donde el desgobierno es absoluto, las tropas norteamericanas pierden un promedio de cuatro soldados por día y la población ha pasado de una tasa de mortalidad del 5 al 13 por mil anual desde que ha sido “democratizada”, se ha contagiado a las elites dirigentes locales puestas o sostenidas por los norteamericanos.
Ha resultado patética la pelea habida frente al presidente Bush entre los dos jefes de Estado pakistaní y afgano que tuvieron que dar explicaciones de por qué no lo pueden atrapar ni a Bin Laden ni al Mullah. A lo cual Karzai se sacó el fardo de encima diciendo que Musharraf, al haber reconocido la autonomía de la rebelde provincia de Waziristán en la frontera con su propio país, desde allí permite el avance de Al Qaeda y talibán en su territorio. A lo que aquél asustado ante la eventualidad de una invasión a su país contestó rotundamente que está escondido en Afganistán y que no lo atrapan por la inexistencia fáctica de tal gobierno. Cuentan los presentes que Bush quedó perplejo sin saber a quién creerle.
Cerramos la nota con el título que la precede. Ante la debacle “occidental” en Afganistán luego de cinco años de heroica resistencia, a pesar de todos los silenciamientos que a la misma la prensa le dedica vale el recordatorio hecho por el n.º 2 de Al Qaeda en una reciente aparición. “Esta vez el Dr. Brydon no volverá a la India”. Se refería a un acontecimiento histórico del siglo XIX. En plena expansión del imperio británico, tal país invadió Afganistán desde la India para unirla a sus territorios del Medio Oriente. Una expedición de 17.000 soldados fue exterminada en un desfiladero y un solo sobreviviente, el aludido Dr. Brydon pudo escapar volviendo con medios precarios a la India para poder contar lo que vivió. Al parecer esta vez va a ser mucho peor.
Buenos Aires, 12-10-06
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