domingo, 22 de junio de 2008

Archivo 2006 - El fascismo islámico y el occidente postmoderno

DE NUESTRO ARCHIVO - AÑO 2006


EL FASCISMO ISLÁMICO Y EL OCCIDENTE POSTMODERNO

Desde los mismos orígenes de la humanidad el miedo ha sido un factor intrínsecamente ligado con el éxito o el fracaso de una causa. En el campo militar Homero recordaba a la figura de Aquiles quien, cuando salía a combatir, lograba petrificar a sus adversarios acompañando junto a su presencia imponente un rugido parecido al de un león. En la Revolución Francesa –y ello fue señalado muy acertadamente en una película famosa– Robespierre, con su solo acto de presencia y su penetrante mirada, junto a la firmeza en la formulación de sus postulados, solía aterrorizar a sus rivales en el Parlamento, lo cuales, a pesar de ser muchas veces mayoría, caían en un estado de pánico mutismo.
En los últimos tiempos el tema del miedo ha pasado al primer plano en ocasión del recrudecimiento de los diferentes atentados terroristas (es decir, tal como su nombre bien lo indica, acciones dirigidas fundamentalmente para despertar el terror entre las personas) que han sacudido al planeta como no sucediera antes. Del mismo modo es que también inversamente tenemos que los gobiernos encargados de combatirlos se han preocupado principalmente por anular los efectos de ese miedo entre la población tratando volver a instaurar el que el gobernado debe tener principalmente hacia su gobernante en tanto detentor del monopolio de la fuerza. Bien sabemos al respecto que los atentados de estos últimos años han traído como consecuencia una serie de actitudes en los países en donde los mismos se han sucedido o aun en otros que han padecido sus efectos. El miedo producido por la matanza de Atocha hizo que el pueblo español modificara apenas en un fin de semana su decisión electoral votando por el candidato que proponía retirar rápidamente las tropas de Irak, es decir aquello que representaba la causa por la cual se instauraba el terror entre la población. Ese mismo miedo se contagió a su vez a otros países como Italia el cual, además de haber resuelto hacer lo mismo, meses más tarde, decidió también cambiar el destino de sus tropas estacionadas en Afganistán, encauzándolas hacia la ayuda humanitaria y asistencial y retirándolas del frente de combate (1). Tampoco la Argentina ha permanecido ajena a tales miedos. Luego de haberse aprobado una filosofía política por la que se sostenía que el atraso de tal país se debía a no haber sido suficientemente servil a los norteamericanos y que por lo tanto había que acompañarlos siempre en todas sus empresas punitivas que éstos emprendieran por el planeta entero, un contundente atentado en el edificio de la mutual judía hace 12 años hizo que desde ese entonces ni siquiera se enviara al Medio Oriente un barquito de papel. Y se podrían multiplicar las situaciones por el mundo entero hasta llegar al miedo más reciente y aterrador que ha producido el hecho de que se haya constatado que se puedan hacer explotar aviones en vuelo con botellas de gaseosas u otros elementos convencionales de uso personal y que por lo tanto se convierta en prácticamente imposible evitar la eventualidad de un atentado de grandes dimensiones el que además prácticamente se encuentra ahora al alcance de cualquiera debido a la disposición para ello de medios económicos insignificantes (2).
Ahora bien, cuando el miedo se ha convertido en una fuerza paralizante entre las distintas poblaciones es función del gobierno anularlo produciendo uno de intensidad mayor que anule al producido por el adversario. Este miedo a producir consiste en generar la sensación de que lo que sucede no se encuentra afuera del control de ese mismo gobierno y que en manera alguna escapa de su alcance. Es decir que el miedo hacia el terrorista debe convertirse en inferior de intensidad al que en cambio habría que tenerle al organismo que ejerce el monopolio de la fuerza física. Todas las diferentes teorías montajistas que se han articulado para quitarle entidad a los distintos atentados acontecidos se enmarcan en la política instrumentada en función de combatir el miedo por parte de los gobiernos. Si prestamos atención veremos que todos los atentados que se han producido han recibido por parte de una cierta prensa e incluso de instituciones creadas ad hoc y de varios intelectuales funcionales, conciente o inconscientemente, al sistema de turno, la sustentación de una teoría del montaje consecuente. Así pues no solamente se ha dicho que el 11S fue producido por los mismos norteamericanos, sino también se lo ha manifestado respecto del 11M, así como del 7J y en nuestro país se ha sustentado durante años la absurda teoría de que la destrucción de la AMIA (la mutual israelita) fue hecha por los mismos judíos para obtener algún grado de victimización en el seno de la sociedad argentina (3). En tales postulados se soslaya siempre la circunstancia de que al poder de turno le interesa más mostrarse como invulnerable (tal es la esencia de todo Estado) que como cínico y siniestro, tal como sustentan dichas diferentes teorías. El mensaje que se emite en relación a la guerra del miedo a través de los distintos postulados montajistas elaborados por los Estados para poder ganar su guerra tiene diferentes lecturas. La primera dirigida a la población: “No teman, está todo bajo nuestro control, no existe una mano tan poderosa capaz de producirnos algún tipo de daño si nosotros no lo permitimos”. “Somos malos, es verdad, pero les garantizamos la seguridad”. O también: “Lo que Uds. reputan como una tremenda acción dirigida en nuestra contra es muy poca cosa si se la compara con el efecto que la misma habrá de producir, el de permitirnos poder utilizar una fuerza mucho más coercitiva consistente en la asignación de superpoderes especiales por los cuales podemos desde ahora controlarlo absolutamente todo”. Por lo tanto: “Téngannos más bien miedo a nosotros y no a los terroristas”. Hasta arribar a la más definitiva: “No hagamos nada en contra del sistema omnipotente, en todo caso apelemos a la verborragia de nuestras denuncias consuetudinarias, pues todo lo que suceda en su contra en realidad es a favor suyo, abandonémonos entonces a la fatalidad de los ciclos históricos o a la voluntad misericordiosa de la Virgen eterna que hará triunfar la justicia tarde o temprano”.
Es también dentro del contexto de la lucha por controlar plenamente el miedo a fin de ganarle la guerra al que lo genera, que resulta indispensable proveer a la propia posición de un elemento positivo constituido por un bagaje de ideas capaz de suscitar un entusiasmo que sea equivalente al menos al que posee el adversario haciendo factible también de lograr que el que lo sustente se encuentre dispuesto a inmolar la propia vida ante la fuerza a la que acude el enemigo para vencer. Es en función de ello que el presidente Bush acaba de modificar sustancialmente su léxico habitual para combatir al terrorismo. Ya no lo ha personalizado más en una organización (Al Qaeda) o en una figura (Bin Laden), sino en una ideología, el “fascismo” al cual ha vinculado por primera vez con el islamismo o con la expresión más radical de éste. Es de destacar aquí que lejos se encuentra en tal calificación de una clara disquisición respecto del contenido doctrinario del fundamentalismo islámico. Pues si en éste el espíritu antimoderno es una cosa que emana claramente de todos sus postulados, en el fascismo el mismo debía recabarse tan sólo por los efectos de algunas posturas asumidas. En realidad con la calificación de fascista, más que a su contenido ideológico real, se está refiriendo aquí al significado que la misma ha asumido en la sociedad postmoderna en la cual vivimos. Se trata del término hoy utilizado para calificar al que es malo, facineroso, rufián, violador de derechos humanos, etc., pero a un nivel público y no privado, es decir, todas aquellas demonizaciones que el sistema ha construido para justificarse a sí mismo y para asustar a su vez a todos aquellos que de algún modo intenten su negación. “Ojo que si nos descuidamos demasiado se vienen los fascistas y se nos termina la paponia de libertinaje y hedonismo en la cual estamos viviendo”, así es como piensa hoy en día la sociedad postmoderna y esto es lo que en ella justifica todas las persecuciones hacia “fascistas” que se establecen en su seno. Pero habría que acotar aquí que los fascistas a los cuales persigue el postmoderno son simplemente seres inofensivos y caídos en desuso. Desde nonagenarios nazis sobrevivientes a quienes se extradita y enjuicia en paródicos procesos que sirven para alimentar a la prensa amarilla o también ancianos militares procesistas, “represores” o no tan ancianos carapintadas expertos en rendirse y a los cuáles “no se les tiene miedo”. Es decir, todos ellos fascistas de bolsillo, inofensivos, incapaces de poner en riesgo la felicidad postmoderna y vacuna en que vive nuestro régimen. Habría que decir por lo tanto que no se trata esta vez de los demócratas que en la era moderna de mediados del siglo pasado lucharon hasta morir para vencer a los fascismos en Europa y Japón; en la sociedad postmoderna y light en donde las ideologías se han muerto ya no se arriesga la vida por un ideal que ha dejado de existir, sino que se trata de prolongar lo más posible esta situación placentera, en la cual el pellejo se ha convertido en el bien supremo y resultaría un despropósito arriesgarlo, como en cambio sucede en abundancia entre el fundamentalismo con sus “suicidas”. Es por ello que la nueva cruzada que hoy Bush propone en contra del “fascismo” está destinada al fracaso debido a los tiempos diferentes en que vivimos. Es en la era postmoderna y ya no moderna en la cual se encuentra actualmente transitando el Occidente, en aquella el desesperado afán por estar vivos agrega adicionales elementos a los miedos habituales de la especie humana.

(1) (1) Recientemente, luego de que el parlamento italiano, tras un durísimo debate, aprobó continuar con la presencia de sus tropas en Afganistán, el ministro de defensa de este país manifestó exultante que aquel podía ponerse ahora al frente de la lucha en la zona sur para detener el avance victorioso del movimiento Talibán. De manera inmediata sobrevino la respuesta rectificatoria del gobierno italiano: solamente estarán presentes en aquellos lugares que no representen mayores peligros para sus fuerzas armadas.
(2) (2) De acuerdo a lo que manifiestan diferentes medios de difusión, hoy en día podría hacerse estallar un avión en vuelo con la módica inversión de entre 30 y 1800 dólares. Claro que para ello hay que contar con la voluntad “suicida” de quienes lo quieran hacer, cosa que, para terror de Bush, no es muy usual entre los occidentales.
(3) (3) En realidad si se analiza fríamente el problema veremos que ha sido muy poco lo que la colectividad judía ha podido recabar a su favor de tal atentado. Sí en cambio ha sido mayor el daño recibido cual fuera el retiro de nuestro país de los sucesivos conflictos del Medio Oriente. Al respecto no podemos dejar de recordar a un notorio militar carapintada, entregado vergonzosamente a la campaña electoral partidocrática, decir muy suelto de cuerpo que el atentado había sido por haber participado de un conflicto que “no nos concernía”. Al respecto habría que decir, para no justificar demasiado al presidente Kirchner cuando manifiesta “no tenerles miedo” a tales militares que, si de lo que se trata es de una nación y no de una cofradía de mercaderes, todo conflicto internacional, en la medida que se pongan en juego principios, siempre nos concierne. Ahora bien, el problema a dilucidar es de qué lado habría que haber estado en ese entonces, si del de los norteamericanos como lo hacía el régimen peronista con sus relaciones carnales o del de los árabes. No nos cabe duda de que era con éstos que debíamos incriminarnos, sin que ello hubiese significado lamentarnos por las consecuencias que nos pudiesen haber sobrevenido.

Buenos Aires, 14-08-06

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