DE NUESTRO ARCHIVO - AÑO 2006
MARXISMO Y FUNDAMENTALISMO
En estos últimos tiempos hemos presenciado un arduo debate entre marxistas en relación a la postura a asumir ante un fenómeno tan complejo y original como el relativo al fundamentalismo, el que hoy se encuentra en los principales planos de las diferentes guerras y conflictos que se vienen desarrollando en distintas zonas del planeta en contra del poder representado por el “imperialismo norteamericano”, el que, de acuerdo a lo que siempre nos han manifestado, es “la expresión del capitalismo en su fase final de desarrollo”. Y al respecto, debido a que dicho movimiento islámico no acude más, tal como sucediera anteriormente en los países árabes, a una mera lucha por reivindicaciones “nacionales”, económicas o culturales, sino que sustenta como esencial un principio de carácter estrictamente religioso y metafísico que, tal como sabemos resulta una dimensión repudiada expresamente por aquella ideología, calificándola como “el opio de las masas”, para la misma tal hecho no puede en manera alguna resultar una cosa halagüeña. Se dirá que, en contraposición al rechazo aquí mentado, en otras oportunidades el marxismo ha mantenido un contacto muy estrecho con manifestaciones religiosas cristianas como el caso del Movimiento de los Sacerdotes del Tercer Mundo o de otras religiones, especialmente cuando estuvo en el poder. Sin embargo se trataba aquí siempre de núcleos que habían resignado de su postura aquello que era esencial y por lo tanto más repudiable para aquella ideología, es decir el carácter trascendente de la religión, para reducirla en cambio a una concepción eminentemente socialista, secular y mundana, por lo tanto estrechamente afín con el marxismo. No es el caso de lo que en cambio sucede con el fundamentalismo islámico. Aquí la forma de sociedad que se propone no es la progresista y moderna que conciben las diferentes variantes del marxismo, sea ateas como “cristianas”, sino un orden estrictamente medieval en donde el dinero, el consumo y en general todo lo relativo a la economía vuelvan a ser un elemento subordinado en la existencia y en el que la mujer, en vez de igualarse cada vez más al hombre y hasta llegar a subordinarlo a sí, como de manera gemela proponen tanto el marxismo como su “enemigo”, el capitalismo, retorne al hogar y se someta a la tutela del varón, sea éste el padre o el esposo.
Ha sido justamente este regreso hacia la Edad Media “oscurantista” y “nazi” que nos propone el fundamentalismo islámico lo que ha hecho que muchos marxistas, en especial entre el sector reformista -y entre los cuales los hay en inmensa legión que se han acomodado con cargos y funciones burguesas en la sociedad capitalista- repudien a tal movimiento y llamen a defender a la democracia, a Israel y a la modernidad “imperialista” en su conjunto, respecto de lo cual se conforman con resignación a realizar un apoyo crítico. Ello sucede en una manera parecida a lo que hemos destacado en otra oportunidad cuando vimos lo que también había sucedido, en un terreno totalmente opuesto, con múltiples sectores fascistas tradicionalmente anti-norteamericanos y anti-judíos.
En esta actitud ellos nos recuerdan al Marx más ortodoxo de su tiempo -y por lo tanto el menos “marxista”-, el que siempre manifestó su apoyo y simpatía hacia los movimientos colonialistas del mundo entero, en tanto consideraba que los mismos representaban el “progreso” frente a las estructuras primitivas y medievales personificadas en cambio por los pueblos colonizados. Recordemos al respecto cómo en su momento el gran doctrinario de aquella ideología que revolucionaría al mundo entero se opuso a nuestra emancipación americana y respaldó en cambio a la acción de la Santa Alianza dirigida a recuperar las colonias sublevadas, en tanto que consideraba que estas últimas representaban un movimiento regresivo que “frenaba” el desarrollo del capitalismo, fase previa e indispensable para llegar finalmente al comunismo, la gran meta paradisíaca de la humanidad venidera. Las razones de todo ello se encontraban en el hecho de que sea Marx como Engels siempre consideraron que el socialismo era el producto de una evolución histórica que precisaba previamente para su realización del cumplimiento indispensable de la etapa burguesa y capitalista y que por lo tanto no toda revolución efectuada en su contra era positiva y rescatable, pues podía darse el caso de movimientos que, aunque enfrentados violentamente al sistema vigente, fuesen en cambio de corte retardatario. La vertiente rusa que lo enfrentara a Marx en la Primera Internacional, representada en su momento por el anarquista Bakunin, criticó dicha postura y sostuvo en cambio que el motor de la revolución estaba representado no por la evolución de las fuerzas productivas, sino por la explotación que padecían los pueblos, los cuales espontáneamente y por una especie de milagrosa armonía preestablecida, independientemente de los principios que sustentaran, iban a terminar llevando a la humanidad hacia la misma meta sustentada por Marx, el comunismo. Este antagonismo esencial entre dos posiciones antagónicas dio cabida a la primera gran división entre las fuerzas revolucionarias, la que trajo por parte de Marx la creación de la Segunda Internacional en el siglo XIX. Pero, en el pasado siglo XX, la tendencia rusa produjo en ésta una nueva escisión que tuvo por un lado a los reformistas o “mencheviques”, herederos del Marx más ortodoxo, y por el otro la de quienes retomaban parcialmente los postulados de Bakunin. Si bien Lenin, exponente del bolchevismo que daría cabida a la Tercera Internacional, rescataba la idea de que el socialismo era el producto de un proceso de evolución histórica, consideró que, como ésta era dialéctica, es decir se gestaba a través de una lucha de opuestos, la misma no se ajustaba necesariamente a tiempos fijos y determinados. Era factible, a través de la voluntad, no marchar en contra de la Historia cuyo rumbo fatal ya estaba prefijado, sino en cambio acelerarla aprovechando las mismas contradicciones dialécticas con que ésta se desenvuelve e incluso agudizándolas, dándoles una determinada orientación acorde con los propios fines. La gran diferencia con Bakunin no estribaba en el hecho de que hubiese que contraponerse y combatir la espontaneidad de las masas, tal como hacía Marx, sino en que la misma debía ser encarrilada astutamente hacia el propio fin. De allí la gran importancia que Lenin otorgara al partido político revolucionario. Su función era la de saber aprovechar para los propios objetivos todos aquellos elementos de antagonismo dialéctico existentes en las diferentes sociedades, aunque entre los mismos los hubiese de corte feudal y pre-moderno, en especial en aquellos países atrasados que son los que los tienen en mayor abundancia, los que deben ser aprovechados, e incluso azuzados a fin de ser lanzados como fuerza de choque para destruir el orden burgués y capitalista. Pero luego, una vez que se hubiese dado cuenta del enemigo principal, allí tiene que estar preparado el partido político para aprovechar el caos generado y dar el golpe de Estado imponiendo los propios principios y liquidar sin ningún tipo de consideración en un segundo paso a los dirigentes de ese movimiento de oposición que sustenta principios diferentes de los propios. Ello fue practicado por Lenin cuando se alió a sectores de la burguesía para acabar con el zarismo y luego, cuando aquel enemigo fue sacado de circulación, dio cuenta de la misma burguesía en una segunda revolución, por lo que, de acuerdo a sus palabras, ésta terminó comprando la soga que habría de ahorcarla.
Al respecto es de destacar que el marxismo es un materialismo que reduce al hombre exclusivamente a su dimensión física por lo que ha sostenido siempre que los proletarios, la gran fuerza encargada de hacer la revolución, deben prescindir de todas aquellas superestructuras que los aparten de su fin principal cual es el logro de su emancipación económica y social. Por tal razón, en tanto fuerza revolucionaria potencial encargada de resolver el problema de la “explotación del hombre por el hombre”, ellos no deben tener ni patria ni religión pues tales categorías ideológicas son de carácter burgués, representando un opio u alucinógeno que se utiliza para favorecer el sometimiento de éstos. Sin embargo esto, que es verdadero en el orden de los principios, no lo es siempre desde un punto de vista fáctico. Así pues, como la realidad está regida dialécticamente y todo lo que acontece es de carácter relativo, tales cosas no son siempre de la misma manera, sino que en cambio se encuentran en relación de acuerdo a quienes sean los que las sustenten. De este modo, sí bien en cuanto a los principios se trata siempre de valores alienantes, no es lo mismo la idea de nación en un país imperialista que en uno explotado y “proletario”. En el primer caso el mismo representa abiertamente una fuerza reaccionaria y enemiga, que utiliza tal valor para oprimir, en el segundo en cambio es lo opuesto y puede resultar por lo tanto sumamente útil para la causa revolucionaria en tanto ayude a profundizar un antagonismo dialéctico que puede ser “aprovechado” para los propios fines de debilitar al capitalismo. Tal el caso hoy en día en donde el nacionalismo, en tanto fuerza “anti-globalizadora” y antiimperialista puede reputarse como un ariete que debilite la estructura actual del capitalismo que es transnacional.
Con las religiones sucede exactamente lo mismo. Bien sabemos que se trata de opios o supersticiones en su grado mayor, en tanto que representan cosas absolutamente imaginarias carentes hasta del más mínimo grado de realidad, a diferencia de lo que en cambio podía suceder en una dimensión menor con los conceptos de patria y de nación. Aquellas son ideas puras que por lo tanto no se ven ni palpan, ni mastican, como en cambio acontece con la única realidad, la materia. Sin embargo también aquí depende del uso que de las mismas se haga que su valor pueda o no ser reputado como revolucionario o reaccionario. Al respecto, así como en el caso del concepto de patria había una dicotomía entre la del opresor y la del oprimido, también acontece lo mismo con la religión. Cuando hoy en día Bush llama a la guerra por su Dios y concepción del mundo, denominando a su causa como una “Cruzada” en contra del mal, este sentido imperialista y de opio de la religión se encuentra abiertamente al servicio de la clase burguesa y es utilizado para perpetuar la explotación del hombre por el hombre. Inventando realidades quiméricas e irrealizables, ellos usan el lenguaje religioso para esconder sus verdaderos fines, en este caso, la sustracción del petróleo árabe que es la verdadera causa por la que hacen la guerra y no porque crean en una concepción del mundo determinada. Recordemos una vez más que para el marxismo la historia está regida por la materia y la economía es el destino de todas las personas, la razón última y escondida que a todas las moviliza aun sin que éstas posean conciencia de ello, siendo por lo tanto el ser humano una mera marioneta de dicha potencia impersonal. En cambio, cuando son los explotados quienes levantan una consigna religiosa, en la media que ésta es utilizada como una bandera para hacer frente al enemigo imperialista, ello puede ser aprovechado para los fines del marxismo en tanto significa usar a dicha fuerza en un frente de batalla en contra del enemigo común. Si bien no debe olvidarse nunca que se trata de la forma “sublimada” y “supersticiosa” que el explotado asume para esconderse a sí mismo su estado de sometimiento económico, en la medida que ésta se expresa a través de un combate y no de un estado de pasiva resignación, tal hecho debe ser rescatado. Es desde esta perspectiva que el marxismo-leninismo, que hoy se manifiesta en sus actuales variantes sea estalinistas-maoístas como trotskistas, se plantea apoyar tácticamente las luchas emprendidas por el fundamentalismo islámico (1). Pero queda en pié sin embargo el segundo momento señalado por los ideólogos principales de tal movimiento el cual deberá concebirse para la circunstancia en la cual se haya obtenido la victoria. Allí es que será factible pensar en la posibilidad de un golpe de Estado que trate de imponer luego con el tiempo y coercitivamente el ateísmo dando cuenta así del antiguo aliado. Una vez que la religión del oprimido ha dado cuenta de la religión del opresor el momento de síntesis dialéctica es la negación de la misma religión.
De esta sospechosa alianza y apoyo (2) es que se debe cuidar el movimiento fundamentalista en su lucha en contra de Norteamérica y la modernidad. Él no debería olvidar nunca de haber hecho frente también al marxismo en Afganistán, cuando lo expulsó de tal territorio antes de combatir como ahora a los norteamericanos invasores, ratificando así las previsoras palabras del Ayatollah Khomeini cuando identificó a las dos expresiones de la modernidad, USA y URSS, como las dos caras de Satán. Debe recordar siempre que el marxismo representa un enemigo tanto o peor que el capitalismo, pues es traicionero en sus postulados; si él en algún momento está a nuestro lado, ello es sólo con la finalidad de destruirnos cuando nos descuidemos o nuestra fuerza se debilite. Su origen ateo y materialista lo identifica al mismo enemigo que dice combatir, los Estados Unidos, los que, si hoy enarbolan principios religiosos, ello es desde un sentido tan sólo moral y democrático, esto es, en una forma no trascendente ni metafísica, sino también física y materialista, coincidiendo de tal manera en lo esencial con el marxismo enemigo, el cual es en el fondo su verdadero aliado, tratando de cumplir así en una segunda etapa lo que aquel no hubiese podido hacer en la primera, la destrucción de cualquier orden tradicional. En pocas palabras, el fundamentalismo islámico debe cuidarse de este falso aliado y recordar lo acontecido en otros países en los cuales cumplió con tal papel traicionero al servicio de la modernidad.
NOTAS:
(1) Es de destacar que los grupos marxistas no actúan de la misma manera con todos los sectores fundamentalistas. Así pues si hoy en día apoyan a Hezbollah y al régimen iraní, en aras de una eventual alianza con Rusia, no hacen lo mismo con Al Qaeda y el Movimiento Talibán, respecto de los cuáles no se han cansado de sumar diatribas calificándolos de agentes encubiertos de Norteamérica. La razón de ello es muy sencilla, estos últimos, en tanto han conocido y combatido de cerca al marxismo, no han aceptado con éstos ningún tipo de acercamiento.
(2) Tal como hemos manifestado en otras oportunidades, es lamentable tener que constatar cómo, en nuestro país por ejemplo, los sectores que más se han declarado y manifestado a favor del fundamentalismo islámico en su lucha en contra de Israel hayan sido los provenientes de los grupos marxistas aquí aludidos, manteniéndose en cambio un silencio y complicidad implícita con este último sectores nacionalistas, sea católicos como “paganos”, en una actitud sumamente sospechosa y reprobable.
Buenos Aires, 22-08-06
En estos últimos tiempos hemos presenciado un arduo debate entre marxistas en relación a la postura a asumir ante un fenómeno tan complejo y original como el relativo al fundamentalismo, el que hoy se encuentra en los principales planos de las diferentes guerras y conflictos que se vienen desarrollando en distintas zonas del planeta en contra del poder representado por el “imperialismo norteamericano”, el que, de acuerdo a lo que siempre nos han manifestado, es “la expresión del capitalismo en su fase final de desarrollo”. Y al respecto, debido a que dicho movimiento islámico no acude más, tal como sucediera anteriormente en los países árabes, a una mera lucha por reivindicaciones “nacionales”, económicas o culturales, sino que sustenta como esencial un principio de carácter estrictamente religioso y metafísico que, tal como sabemos resulta una dimensión repudiada expresamente por aquella ideología, calificándola como “el opio de las masas”, para la misma tal hecho no puede en manera alguna resultar una cosa halagüeña. Se dirá que, en contraposición al rechazo aquí mentado, en otras oportunidades el marxismo ha mantenido un contacto muy estrecho con manifestaciones religiosas cristianas como el caso del Movimiento de los Sacerdotes del Tercer Mundo o de otras religiones, especialmente cuando estuvo en el poder. Sin embargo se trataba aquí siempre de núcleos que habían resignado de su postura aquello que era esencial y por lo tanto más repudiable para aquella ideología, es decir el carácter trascendente de la religión, para reducirla en cambio a una concepción eminentemente socialista, secular y mundana, por lo tanto estrechamente afín con el marxismo. No es el caso de lo que en cambio sucede con el fundamentalismo islámico. Aquí la forma de sociedad que se propone no es la progresista y moderna que conciben las diferentes variantes del marxismo, sea ateas como “cristianas”, sino un orden estrictamente medieval en donde el dinero, el consumo y en general todo lo relativo a la economía vuelvan a ser un elemento subordinado en la existencia y en el que la mujer, en vez de igualarse cada vez más al hombre y hasta llegar a subordinarlo a sí, como de manera gemela proponen tanto el marxismo como su “enemigo”, el capitalismo, retorne al hogar y se someta a la tutela del varón, sea éste el padre o el esposo.
Ha sido justamente este regreso hacia la Edad Media “oscurantista” y “nazi” que nos propone el fundamentalismo islámico lo que ha hecho que muchos marxistas, en especial entre el sector reformista -y entre los cuales los hay en inmensa legión que se han acomodado con cargos y funciones burguesas en la sociedad capitalista- repudien a tal movimiento y llamen a defender a la democracia, a Israel y a la modernidad “imperialista” en su conjunto, respecto de lo cual se conforman con resignación a realizar un apoyo crítico. Ello sucede en una manera parecida a lo que hemos destacado en otra oportunidad cuando vimos lo que también había sucedido, en un terreno totalmente opuesto, con múltiples sectores fascistas tradicionalmente anti-norteamericanos y anti-judíos.
En esta actitud ellos nos recuerdan al Marx más ortodoxo de su tiempo -y por lo tanto el menos “marxista”-, el que siempre manifestó su apoyo y simpatía hacia los movimientos colonialistas del mundo entero, en tanto consideraba que los mismos representaban el “progreso” frente a las estructuras primitivas y medievales personificadas en cambio por los pueblos colonizados. Recordemos al respecto cómo en su momento el gran doctrinario de aquella ideología que revolucionaría al mundo entero se opuso a nuestra emancipación americana y respaldó en cambio a la acción de la Santa Alianza dirigida a recuperar las colonias sublevadas, en tanto que consideraba que estas últimas representaban un movimiento regresivo que “frenaba” el desarrollo del capitalismo, fase previa e indispensable para llegar finalmente al comunismo, la gran meta paradisíaca de la humanidad venidera. Las razones de todo ello se encontraban en el hecho de que sea Marx como Engels siempre consideraron que el socialismo era el producto de una evolución histórica que precisaba previamente para su realización del cumplimiento indispensable de la etapa burguesa y capitalista y que por lo tanto no toda revolución efectuada en su contra era positiva y rescatable, pues podía darse el caso de movimientos que, aunque enfrentados violentamente al sistema vigente, fuesen en cambio de corte retardatario. La vertiente rusa que lo enfrentara a Marx en la Primera Internacional, representada en su momento por el anarquista Bakunin, criticó dicha postura y sostuvo en cambio que el motor de la revolución estaba representado no por la evolución de las fuerzas productivas, sino por la explotación que padecían los pueblos, los cuales espontáneamente y por una especie de milagrosa armonía preestablecida, independientemente de los principios que sustentaran, iban a terminar llevando a la humanidad hacia la misma meta sustentada por Marx, el comunismo. Este antagonismo esencial entre dos posiciones antagónicas dio cabida a la primera gran división entre las fuerzas revolucionarias, la que trajo por parte de Marx la creación de la Segunda Internacional en el siglo XIX. Pero, en el pasado siglo XX, la tendencia rusa produjo en ésta una nueva escisión que tuvo por un lado a los reformistas o “mencheviques”, herederos del Marx más ortodoxo, y por el otro la de quienes retomaban parcialmente los postulados de Bakunin. Si bien Lenin, exponente del bolchevismo que daría cabida a la Tercera Internacional, rescataba la idea de que el socialismo era el producto de un proceso de evolución histórica, consideró que, como ésta era dialéctica, es decir se gestaba a través de una lucha de opuestos, la misma no se ajustaba necesariamente a tiempos fijos y determinados. Era factible, a través de la voluntad, no marchar en contra de la Historia cuyo rumbo fatal ya estaba prefijado, sino en cambio acelerarla aprovechando las mismas contradicciones dialécticas con que ésta se desenvuelve e incluso agudizándolas, dándoles una determinada orientación acorde con los propios fines. La gran diferencia con Bakunin no estribaba en el hecho de que hubiese que contraponerse y combatir la espontaneidad de las masas, tal como hacía Marx, sino en que la misma debía ser encarrilada astutamente hacia el propio fin. De allí la gran importancia que Lenin otorgara al partido político revolucionario. Su función era la de saber aprovechar para los propios objetivos todos aquellos elementos de antagonismo dialéctico existentes en las diferentes sociedades, aunque entre los mismos los hubiese de corte feudal y pre-moderno, en especial en aquellos países atrasados que son los que los tienen en mayor abundancia, los que deben ser aprovechados, e incluso azuzados a fin de ser lanzados como fuerza de choque para destruir el orden burgués y capitalista. Pero luego, una vez que se hubiese dado cuenta del enemigo principal, allí tiene que estar preparado el partido político para aprovechar el caos generado y dar el golpe de Estado imponiendo los propios principios y liquidar sin ningún tipo de consideración en un segundo paso a los dirigentes de ese movimiento de oposición que sustenta principios diferentes de los propios. Ello fue practicado por Lenin cuando se alió a sectores de la burguesía para acabar con el zarismo y luego, cuando aquel enemigo fue sacado de circulación, dio cuenta de la misma burguesía en una segunda revolución, por lo que, de acuerdo a sus palabras, ésta terminó comprando la soga que habría de ahorcarla.
Al respecto es de destacar que el marxismo es un materialismo que reduce al hombre exclusivamente a su dimensión física por lo que ha sostenido siempre que los proletarios, la gran fuerza encargada de hacer la revolución, deben prescindir de todas aquellas superestructuras que los aparten de su fin principal cual es el logro de su emancipación económica y social. Por tal razón, en tanto fuerza revolucionaria potencial encargada de resolver el problema de la “explotación del hombre por el hombre”, ellos no deben tener ni patria ni religión pues tales categorías ideológicas son de carácter burgués, representando un opio u alucinógeno que se utiliza para favorecer el sometimiento de éstos. Sin embargo esto, que es verdadero en el orden de los principios, no lo es siempre desde un punto de vista fáctico. Así pues, como la realidad está regida dialécticamente y todo lo que acontece es de carácter relativo, tales cosas no son siempre de la misma manera, sino que en cambio se encuentran en relación de acuerdo a quienes sean los que las sustenten. De este modo, sí bien en cuanto a los principios se trata siempre de valores alienantes, no es lo mismo la idea de nación en un país imperialista que en uno explotado y “proletario”. En el primer caso el mismo representa abiertamente una fuerza reaccionaria y enemiga, que utiliza tal valor para oprimir, en el segundo en cambio es lo opuesto y puede resultar por lo tanto sumamente útil para la causa revolucionaria en tanto ayude a profundizar un antagonismo dialéctico que puede ser “aprovechado” para los propios fines de debilitar al capitalismo. Tal el caso hoy en día en donde el nacionalismo, en tanto fuerza “anti-globalizadora” y antiimperialista puede reputarse como un ariete que debilite la estructura actual del capitalismo que es transnacional.
Con las religiones sucede exactamente lo mismo. Bien sabemos que se trata de opios o supersticiones en su grado mayor, en tanto que representan cosas absolutamente imaginarias carentes hasta del más mínimo grado de realidad, a diferencia de lo que en cambio podía suceder en una dimensión menor con los conceptos de patria y de nación. Aquellas son ideas puras que por lo tanto no se ven ni palpan, ni mastican, como en cambio acontece con la única realidad, la materia. Sin embargo también aquí depende del uso que de las mismas se haga que su valor pueda o no ser reputado como revolucionario o reaccionario. Al respecto, así como en el caso del concepto de patria había una dicotomía entre la del opresor y la del oprimido, también acontece lo mismo con la religión. Cuando hoy en día Bush llama a la guerra por su Dios y concepción del mundo, denominando a su causa como una “Cruzada” en contra del mal, este sentido imperialista y de opio de la religión se encuentra abiertamente al servicio de la clase burguesa y es utilizado para perpetuar la explotación del hombre por el hombre. Inventando realidades quiméricas e irrealizables, ellos usan el lenguaje religioso para esconder sus verdaderos fines, en este caso, la sustracción del petróleo árabe que es la verdadera causa por la que hacen la guerra y no porque crean en una concepción del mundo determinada. Recordemos una vez más que para el marxismo la historia está regida por la materia y la economía es el destino de todas las personas, la razón última y escondida que a todas las moviliza aun sin que éstas posean conciencia de ello, siendo por lo tanto el ser humano una mera marioneta de dicha potencia impersonal. En cambio, cuando son los explotados quienes levantan una consigna religiosa, en la media que ésta es utilizada como una bandera para hacer frente al enemigo imperialista, ello puede ser aprovechado para los fines del marxismo en tanto significa usar a dicha fuerza en un frente de batalla en contra del enemigo común. Si bien no debe olvidarse nunca que se trata de la forma “sublimada” y “supersticiosa” que el explotado asume para esconderse a sí mismo su estado de sometimiento económico, en la medida que ésta se expresa a través de un combate y no de un estado de pasiva resignación, tal hecho debe ser rescatado. Es desde esta perspectiva que el marxismo-leninismo, que hoy se manifiesta en sus actuales variantes sea estalinistas-maoístas como trotskistas, se plantea apoyar tácticamente las luchas emprendidas por el fundamentalismo islámico (1). Pero queda en pié sin embargo el segundo momento señalado por los ideólogos principales de tal movimiento el cual deberá concebirse para la circunstancia en la cual se haya obtenido la victoria. Allí es que será factible pensar en la posibilidad de un golpe de Estado que trate de imponer luego con el tiempo y coercitivamente el ateísmo dando cuenta así del antiguo aliado. Una vez que la religión del oprimido ha dado cuenta de la religión del opresor el momento de síntesis dialéctica es la negación de la misma religión.
De esta sospechosa alianza y apoyo (2) es que se debe cuidar el movimiento fundamentalista en su lucha en contra de Norteamérica y la modernidad. Él no debería olvidar nunca de haber hecho frente también al marxismo en Afganistán, cuando lo expulsó de tal territorio antes de combatir como ahora a los norteamericanos invasores, ratificando así las previsoras palabras del Ayatollah Khomeini cuando identificó a las dos expresiones de la modernidad, USA y URSS, como las dos caras de Satán. Debe recordar siempre que el marxismo representa un enemigo tanto o peor que el capitalismo, pues es traicionero en sus postulados; si él en algún momento está a nuestro lado, ello es sólo con la finalidad de destruirnos cuando nos descuidemos o nuestra fuerza se debilite. Su origen ateo y materialista lo identifica al mismo enemigo que dice combatir, los Estados Unidos, los que, si hoy enarbolan principios religiosos, ello es desde un sentido tan sólo moral y democrático, esto es, en una forma no trascendente ni metafísica, sino también física y materialista, coincidiendo de tal manera en lo esencial con el marxismo enemigo, el cual es en el fondo su verdadero aliado, tratando de cumplir así en una segunda etapa lo que aquel no hubiese podido hacer en la primera, la destrucción de cualquier orden tradicional. En pocas palabras, el fundamentalismo islámico debe cuidarse de este falso aliado y recordar lo acontecido en otros países en los cuales cumplió con tal papel traicionero al servicio de la modernidad.
NOTAS:
(1) Es de destacar que los grupos marxistas no actúan de la misma manera con todos los sectores fundamentalistas. Así pues si hoy en día apoyan a Hezbollah y al régimen iraní, en aras de una eventual alianza con Rusia, no hacen lo mismo con Al Qaeda y el Movimiento Talibán, respecto de los cuáles no se han cansado de sumar diatribas calificándolos de agentes encubiertos de Norteamérica. La razón de ello es muy sencilla, estos últimos, en tanto han conocido y combatido de cerca al marxismo, no han aceptado con éstos ningún tipo de acercamiento.
(2) Tal como hemos manifestado en otras oportunidades, es lamentable tener que constatar cómo, en nuestro país por ejemplo, los sectores que más se han declarado y manifestado a favor del fundamentalismo islámico en su lucha en contra de Israel hayan sido los provenientes de los grupos marxistas aquí aludidos, manteniéndose en cambio un silencio y complicidad implícita con este último sectores nacionalistas, sea católicos como “paganos”, en una actitud sumamente sospechosa y reprobable.
Buenos Aires, 22-08-06
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